Y los dioses escucharon, y los dioses pensaron: "he ahí al poeta, al poeta sin Musa, he ahí su llanto, he ahí su dolor".
Y los dioses escucharon, y los dioses entendieron, y los dioses concedieron: "he ahí a la Musa, a la Musa del Poeta".
Y los dioses dieron a la Musa unos ojos negros cuyo brillo guiaba al poeta, y le dieron un rostro dulce que conmovería al poeta, y le dieron un alma pura para causar el mayor regocijo.
Pero no fueron parcos en dones: dieron a la Musa también la calidez de un sol, dieron a la Musa la intensidad de una tormenta, dieron a la Musa la suavidad de la seda.
Y así nació mi Musa.
Para Berenice en su cumpleaños.
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