martes, enero 23, 2007

Otra mañana más

Escuchando a Bauhaus en una oficina. Realizando un trabajo que ya me resulta más que aburrido. Sólo retos eventuales, para crisparme, para enervarme, padeciendo de los caprichos de aquellos que aun parecen más incapaces de mantener orden y coherencia que yo mismo.

Aquí estoy, aquí sigo. Inamovible. Soy una roca que aguanta embates de las olas. De olas que no son saladas, sino insípidas. ¿Qué fue de la mar salada? Se fue amargando hasta quedarse sin sabor.

Encima, pensando en el mar cuando estoy a cientos de kilómetros de él. Aunque supongo que la distancia a las olas reales también la puedo medir en tiempo. En el tiempo en que no lo veo, no lo siento.

Aquí estoy, en mitad de un desierto antaño verde, ahora poblado de edificios. En mitad de una llanura que huye atormentada de unas montañas que alcanza la vista.

Igual que odio este lugar adoro sus contrastes: veo las montañas a lo lejos, veo el campo castellano, aunque lo rebautizaron con otro nombre, y veo la mano del progreso, arrancando la paz de una estampa que sería idílica. Un paisaje de sueños asesinado por nuestras carreteras, nuestros edificios, torres y todo lo que hacemos para avanzar.

Avanzar. Yo no avanzo. Aquí estoy, aquí sigo. Inamovible. No hay olas que me golpeen ni que me muevan. Soy una roca, en mitad de la llanura.

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