Me encanta el anochecer leganense. La calle vuelve a bullir de vida: la gente pasea, sus voces se escuchan, las terrazas se llenan de gilipollas bulliciosos que gustan de tomarse una cerveza respirando el humo de los coches, los bancos se llenan de marujas cotorreando, los parques se llenan de niñatos fumando porros y gritando idioteces...
Sin duda el anochecer leganense incita a una sociabilidad amena, pero incívica en general y de desacostumbrada notoriedad individual: todo el mundo intenta gritar más fuerte que los demás. Pero sólo el zumbido del mosquito es omnipresente.
Sin duda el anochecer leganense incita a una sociabilidad amena, pero incívica en general y de desacostumbrada notoriedad individual: todo el mundo intenta gritar más fuerte que los demás. Pero sólo el zumbido del mosquito es omnipresente.
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