viernes, julio 20, 2012

Respuesta a "¿Por qué la tele es cómo es?"


Leía en ExiledBuzzers un artículo de José Alberto de Francisco Rodríguez titulado “¿Por qué la tele es cómo es?” y pensé en responder con mis desvarios habituales: mi respuesta estaba siendo más larga de lo habitual y, además, no está al nivel de los habituales, así que he preferido plasmarla en una entrada de bitácora.

Es un artículo realmente interesante y, honestamente, ha sido una lectura muy valiosa: me ha ayudado a comprender muchas cosas sobre un medio, la televisión, que durante muchos años consumió una parte importante de mi tiempo.
Me ha chirriado un poco el ejemplo de Jesús enseñando con parábolas (ficción), ya que el personaje en sí mismo podría ser ficción, pero creo que eso entra ya en el campo de las creencias, dando lugar a un debate que generalmente es poco productivo, salvo en muertos y excomuniones.
Lo que realmente me ha sorprendido, por breve que haya sido la referencia, ha sido leer acerca de la lentitud del cine antiguo al ser concebido para cerebros distintos de los nuestros y no sólo a diferencias culturales: ha sido francamente sugerente. Concatenándolo con el concepto de la búsqueda de la satisfacción inmediata en la televisión, me ha hecho pensar en los medios de masas previos: por supuesto no soy un experto en la materia, así que mi opinión y mi análisis se desmontarán con facilidad.
La afirmación de que la televisión comercial ha cambiado la forma de asimilar lo ofrecido, haciendo que se busque la gratificación inmediata, me ha hecho pensar en que no se trata de un fenómeno aislado, sino que forma parte de una tendencia. La tendencia a la inmediatez aparece también en la literatura cuando su forma, ya existente, de revistas empieza a convertirse en un negocio de masas, fenómeno que ocurre en el siglo XIX en varios países industrializados.
Quiero poner como ejemplos conocidos las historias de Arthur Conan Doyle sobre el detective Sherlock Holmes, relatos cortos casi todos, que dan al lector una satisfacción relativamente rápida, aunque no inmediata: son relatos que se leen en un par de horas como mucho. Incluso sus novelas son novelas cortas, que no ocupan más que una tarde de lectura.
Este conjunto de historias y novelas cortas se publicaron entre 1887 y 1927: las cuatro novelas no son un gran ejemplo de satisfacción rápida ya que dos fueron serializadas en revistas, distanciando la inmediatez del conjunto. Aun así “El signo de los cuatro” y “El sabueso de los Baskerville” basan su éxito en elementos que podemos seguir reconociendo en producciones televisivas y cinematográficas actuales, como la acción, la violencia, la atmósfera, la intriga y las revelaciones inesperadas, elementos condensados en unas pocas páginas.
Pero como ya he comentado, la mayor parte de los relatos sobre Sherlock Holmes son cortos, legibles en un tiempo breve: son productos literarios de consumo rápido, un producto literario comercial, publicitado, concebido y explotado para ponerlo al alcance de las masas.
La forma de pensar ya estaba cambiando entonces: en países industrializados se generaliza la alfabetización, con niveles muy dispares según la posición económica y social: esta situación da a extensas capas de la población una oportunidad, e incluso la necesidad, de consumir literatura pero... sin abrumarse con lecturas farragosas, largas o demasiado intelectuales en la mayor parte de los casos. Se busca el entretenimiento, lecturas digeribles en periodos de tiempo breves, y la industria editorial lo oferta, lo fomenta (curiosamente el libro electrónico parece que está favoreciendo otra vez esa tendencia). Un parte de la literatura escapa de las élites para buscar al populacho y para ello cambia, se va banalizando progresivamente, perdiendo profundidad para satisfacer de forma rápida.
La alfabetización básica no creaba hombres cultos, sino trabajadores útiles, por lo que la literatura que se consumía se va diferenciando marcadamente: la intelectual y cultural de ciertos grupos más instruidos frente a la comercial que alcanzaba a todos. La explotación comercial, el negocio editorial, buscan el consumo masivo de un público que exige satisfacción a corto plazo.
No dudo que la televisión ha cambiado la forma de pensar de las generaciones que han conocido este medio de masas, pero antes otros medios accesibles ya lo estaban haciendo: la literatura comercial y después la radio han sido precedentes notables. La televisión sólo ha tomado el relevo: la idea de la búsqueda de la satisfacción inmediata nació mucho antes y quizás, simplemente, vivimos en un momento en que existen medios tecnológicos más avanzados que aproximan esa empresa al éxito.
La televisión comercial actual es la heredera de la literatura barata del siglo XIX: una oferta pensada para satisfacer las exigencias menos críticas y más banales.

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