con un altar de flores engalanado,
ofreciendo el regalo de una visión:
la de algo largamente muy deseado.
Una oferta que no pude rechazar,
el presente en el ahora de la diosa,
de la mía, que me da aquello que ansío:
a quien venerar con mi fe, a quien adorar.
Y me diste tu templo refulgente,
lugar brillante ante el que postrarme:
allí te venero, mi extraña diosa,
en la forma de tu femineidad exultante.
Y me arrodillaré con fe ante tu altar,
para sacrificarme en cuerpo y alma,
en un ritual a la par salvaje y apasionado:
la entrega de mi tributo como tu fiel.
Para Carmen.
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