viernes, marzo 16, 2007

Los Dioses Antiguos

Me desperté sobresaltado, desasosegado: una sensación de agobio se había apoderado de mí durante el sueño. Y no me había abandonado al despertar.
Y supe por qué no lo había hecho. Me vigilaban. Se movían alrededor de mí como sombras confusas, como figuras vagas, etéreas, flotando sin rostros, nada mas que manchas en la oscuridad.
El terror me inundaba, mi garganta se secó, mi corazón pugnaba por huir de mi pecho y mis sienes parecían querer explotar.
Intente levantarme, pero el terror me paralizaba: no podía moverme. Y abrí mi boca esperando que surgiera el grito, el grito que pusiera fin a la pesadilla que, sin lugar a dudas, era la que me estaba envolviendo en esta agonía muda.
Hablaron. Sí, de repente, sin previo aviso. Las formas vagas, las sombras sin rostros: me hablaron. Y no poseían una voz sino varias. Y supe que no se trataba de un único terror, sino de varios.
Sus voces trémulas, como sus formas, me hablaban. Al principio no escuchaba: mi angustia había nublado mi capacidad de entender. Pero fui escuchando esos susurros que eran sus voces.
Varias voces me llamaban por mi nombre, en ese siniestro susurro, con ese matiz inhumano. Sus mensajes me llegaban, pero me traspasaban.
Palabras malditas, lenguas muertas: el Mundo se movía, pero las sombras parecían pertenecer a un tiempo pretérito ya. Eran un recuerdo, un guiño del Tiempo hacia lo que ya había pasado, hacia lo que no podía volver. Pero ahí estaban.
Sus palabras cambiaron, y ya escuchaba mi lengua. Supe lo que me querían decir.
- Somos los Dioses Antiguos, los que estábamos cuando tú no existías, los que morábamos en los corazones de los que te precedieron, a los que se adoraba cuando los tuyos ni pisaban esta tierra.
Mi voz, débil, temerosa, espejo de mi miedo, apenas audible, formuló la pregunta que me asaltaba la mente:
- ¿Qué deseáis de mi?
- No deseamos de ti más de lo que otros desean.
Cada vez estaba mas aterrado. ¿Qué querían? ¿Por qué seguían aquí?
- Deseamos tu homenaje, tu devoción, tu lealtad, tu adoración. Deseamos de ti que nos rindas nuestro tributo, que nos alimentes, que nos des vida de nuevo. Danos lo que reciben los Otros Dioses, los que nos suplantaron, los que nos relegaron al olvido, los que nos condenaron a este destierro en las sombras.
- ¿Qué he de daros?
- Sangre. Haz que la sangre mane, que la sangre se derrame en nuestro nombre. Que los hombres maten por nosotros, mueran por nosotros. Sangre. En nuestro honor, en nuestro nombre.
Y ahí se perdieron sus voces. Sus formas se desvanecieron. Me quede solo de nuevo, reflexionando, pensando. Me volví a dormir, pensando que, sea la época que sea, el momento que fuere y las circunstancias diferentes, los Dioses siempre piden lo mismo: sangre.

S. Aguilar
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Nota del autor: fue publicado originalmente el 26 de Junio de 2006 en Caminando sobre las dunas, mi anterior bitácora, ya desaparecida, en La Coctelera.

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