jueves, abril 23, 2015

Música en el tren

Durante mucho tiempo he aprovechado mis frecuentes viajes en ferrocarril para leer y escuchar música: lo hice durante tanto que terminé asociando ambas aficiones. Pero el hábito de escuchar música durante mis trayectos en ferrocarril se ha visto interrumpido en los últimos meses.
Y es que ya no puedo escuchar música en mis viajes en ferrocarril. Escuchar música es quedarme sin poder atender los mensajes de la megafonía de las estaciones o del mismo tren; escuchar música es quedarme sin saber el motivo de la inevitable avería, del eterno retraso, del desafortunado fin de recorrido antes de la estación prevista; escuchar música es quedarme sin saber qué mala nueva alterará mi viaje.
La sucesión de "averías e incidencias" casi metódicas del ferrocarril me privan de escuchar música, de hacer un poco más relajado mi viaje. Ni siquiera puedo leer tranquilo, ya que también he de estar pendiente de la cartelería y su siguiente aviso fatídico que, un día más, me confirmará que llegaré tarde a mi destino.
Viajar en ferrocarril se convierte en una experiencia lamentable de la que no puedo escapar y de la que, al final, sólo me queda esperar que el retraso sea mínimo o que si me hacen bajar del tren haya otro que aun llegue a mi destino.
Aun hay días en que no hay incidencias ni averías, días en los que recuerdo cuando el servicio de ferrocarril funcionaba de forma aceptable, días en los que me doy cuenta de la cantidad de tiempo de mi vida que estoy perdiendo usando este medio.
Hace tiempo, tras finalizar mi viaje en ferrocarril, empleaba un autobús para llegar a mi destino: se trata de una línea de autobús con una espantosa frecuencia de paso. Ya no me molesto en usarla: casi siempre llego tarde por unos minutos gracias a la sorpresa que me haya ofrecido el ferrocarril ese día. He suprimido trayectos en otros medios para no aumentar aun más la incertidumbre del tiempo en mis desplazamientos.
Para trayectos que antes me llevaban hora y media, ahora salgo siempre con dos horas y aun así llego tarde con frecuencia. Y sin poder escuchar música, sin poder aislarme del ruido infernal de la gente en los vagones, que por horas sufren de un hacinamiento inhumano. 
Cada día el transporte público me parece peor opción: se le quitan a uno las ganas de usarlo cuando parece que se ha convertido garantía de llegar tarde.


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