jueves, abril 15, 2010

El bocazas

Ayer por la tarde tuve una nueva oportunidad de ver como los españoles, que tanto callamos y soportamos, cuando abrimos la boca para quejarnos o protestar siempre quedamos mal por la inoportuna elección del momento.
Como ya sabréis los pocos que me leéis, soy usuario habitual del sistema de transporte público de la Comunidad de Madrid, que empleo en mis viajes diarios de ida y vuelta a y del trabajo: para estos hago uso de una combinación de ferrocarril de Cercanías de RENFE y autobuses locales que me permiten, con suerte, hacer cada uno de mis trayectos en hora y media.
En la tarde de ayer, estando ya en la estación de ferrocarril de Cercanías RENFE de la localidad donde trabajo, pude observar un pequeño y desconcertante fenómeno al que no le di mucha importancia: el tren que había de llevarme a mi destino había parado y, abiertas las puertas de este y desembarcado un numeroso contingente de viajeros del interior del mismo, al intentar subir al vagón tras una pausa de varios segundos en los que nadie más bajó, ¡un segundo y numeroso contingente desembarco rápidamente!. Tuve que desistir momentáneamente de mi intención hasta el fin de su operación.
No le di mucha importancia: a veces ocurren estas cosas cuando hay decenas de personas dentro de un vagón.
Una vez montado en el vagón y ya sentado, a lo largo de las siguientes estaciones de ferrocarril pude observar que, de la puerta más cercana a mi, salían siempre dos grupos de viajeros con algunos segundos de diferencia. Eso hizo que empezase a fijarme en la zona de la otra puerta del vagón y que, ante la inminencia de las paradas del tren, iba sirviendo de punto de reunión para aquellos que pretendían bajar.
El tren paraba en la estación y este grupo de viajeros congregados en esa puerta, al observar que el botón de apertura de la misma no reaccionaba, acudían velozmente a la puerta por la que yo había entrado. He aquí el origen del misterio del constante segundo grupo de desembarco: una puerta rota, un grupo de viajeros deseosos de apearse e ignorantes de la situación y prisa, siempre mucha prisa.
Lo más vergonzoso de todo es que nadie, de entre todos los que había en esa zona del vagón y que habían visto que la puerta no funcionaba, nadie avisaba a los que iban a bajar y eran ignorantes del hecho: dejaban que se fueran agrupando junto a la puerta y que luego tuvieran que cruzar el vagón a toda velocidad una vez percatados de la inoperatividad de esa salida en busca de la otra.
Pero aun pude asistir a otra escena aun más impactante: en una de las estaciones, muy transitada por ser un punto de cruce de varías líneas de Cercanías y Metro, al repetirse de nuevo la escena del desembarco precipitado del segundo grupo de viajeros, una de las personas que estaba en el andén en espera de subir empezó a gritarles.
- ¿Se os ha pegado el culo al asiento? ¿No veis que hay gente esperando para subir? ¡Tenéis que mover el culo antes de que se pare el tren! ¡Joder, siempre igual! ¡La misma panda de gilipollas esperando sentados hasta el último segundo!
En ese momento, sinceramente, esperaba que alguno de los que bajaban del vagón, que alguno de los que habían ido precipitadamente de la puerta rota a la operativa, le pegara una patada en la boca al bocazas. Y la verdad, más que esperarlo, lo deseaba por lo injusto de las acusaciones.
Imaginad la situación del que quiere bajar: nadie te ha dicho que la puerta del vagón esta rota pese a que varias de las personas de la zona lo han visto durante el trayecto, lo descubres una vez detenido el tren en la estación y tienes que ir velozmente de un extremo a otro para poder bajar antes de que el tren arranque de nuevo, y todo eso mientras un grupo de gente intenta subir a la vez. A eso sumadle un gilipollas gritando y acusando de un comportamiento que no ha sucedido. Decidme: ¿no hubierais estado tentados a pegarle una patada en la boca, aprovechando la altura del vagón, al energúmeno gritón? Yo lo esperaba, suponía que alguno de los que bajaban lo haría. Pero no ocurrió.
Bajaron todos sin más incidentes que la retahíla del sabelotodo, que seguía expresando su opinión basada en el desconocimiento y que, con expresión de enfado, siguió soltando perlas hasta... la siguiente estación: en esta pudo observar que la otra puerta del vagón estaba averiada y la veloz carrera de un nuevo segundo grupo de viajeros que querían bajar hacia la salida que funcionaba.
El energúmeno cambió la expresión y no volvió a decir palabra hasta que se bajo varias estaciones después: supongo que se percataría de que era un bocazas.
No hubo justicia poética en forma de una patada en la boca del sujeto.

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